28/3/24
Hb 13, 12-15 Jesús, para santificar con su propia sangre al pueblo, padeció la muerte fuera de la ciudad. Salgamos, pues, hacia él fuera del campamento, cargando con su oprobio. Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que vamos buscando la futura. Por medio de él ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el tributo de los labios que van bendiciendo su nombre.
Hb 2, 9b-10 Vemos a Jesús coronado de gloria y de honor por haber padecido la muerte. Así, por amorosa dignación de Dios, gustó la muerte en beneficio de todos. Pues como quisiese Dios, por quien y para quien son todas las cosas, llevar un gran número de hijos a la gloria, convenía ciertamente que perfeccionase por medio del sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. - LAUDES
De la Homilía de Melitón de Sardes, obispo, Sobre la Pascua (Núms. 65-71: SC 123, 95-101) EL CORDERO INMOLADO NOS HA HECHO PASAR DE LA MUERTE A LA VIDA Los profetas predijeron muchas cosas sobre el misterio pascual, que es el mismo Cristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino del cielo a la tierra para remediar los sufrimientos del hombre; se hizo hombre en el seno de la Virgen, y de ella nació como hombre; cargó con los sufrimientos del hombre, mediante su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó los padecimientos de la carne, y él, que era inmortal por el Espíritu, destruyó el poder de la muerte que nos tenía bajo su dominio. Él fue llevado como una oveja y muerto como un cordero; nos redimió de la seducción del mundo, como antaño de Egipto, y de la esclavitud del demonio, como antaño del poder del Faraón; selló nuestras almas con su Espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre. Él, aceptando la muerte, sumergió en la derrota a Satanás, como Moisés al Faraón. Él castigó la iniquidad y la injusticia, del mismo modo que Moisés castigó a Egipto con la esterilidad. Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al reino eterno, y ha hecho de nosotros un sacerdocio nuevo, un pueblo elegido, eterno. Él es la Pascua de nuestra salvación. Él es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: él es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, él anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas. Él se encarnó en el seno de la Virgen, fue colgado en el madero, sepultado bajo tierra y, resucitando de entre los muertos, subió a lo más alto de los cielos. Éste es el cordero que permanecía mudo y que fue inmolado; éste es el que nació de María, la blanca oveja; éste es el que fue tomado de entre la grey y arrastrado al matadero, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; éste es aquel cuyos huesos no fueron quebrados sobre el madero y que en la tumba no experimentó la corrupción; éste es el que resucitó de entre los muertos y resucitó al hombre desde las profundidades del sepulcro.
JUEVES SANTO - La Iglesia primitiva celebraba la fiesta de la Pascua sólo desde la Vigilia Pascual hasta la mañana de Pascua. No fue hasta el siglo IV que esta celebración se extendió gradualmente a lo largo de tres días. El Triduo Pascual se inicia así el Jueves Santo con la Misa "in Coena Domini", y encuentra su punto culminante en la Vigilia Pascual. Comienza el jueves por la tarde porque, según los judíos, el día empieza ya la noche anterior y, por tanto, litúrgicamente las solemnidades y los domingos se celebran ya con las Vísperas del día anterior; una segunda razón es que en la Última Cena, Jesús anticipa sacramentalmente el don de sí mismo que hará en la Cruz. Según la ley y las costumbres judías, Jesús celebra con sus discípulos la fiesta de la Pascua en recuerdo de la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Durante este banquete, Jesús instituyó la Eucaristía, el sacramento de la salvación, y estableció el sacerdocio ministerial. Pero no se limitó a decir palabras, sino que hizo un gesto que revela el sentido verdadero y profundo de lo que acababa de celebrar: el lavatorio de los pies, es decir, el servicio, el amor. Este gesto lo realizaban los esclavos hacia sus amos y sus invitados, para lavarles los pies cubiertos por el polvo de las calles. Jesús nos exhorta con su ejemplo a servir a los demás. Este es, pues, el "código" a través del cual entender y vivir la Última Cena, obedeciendo a las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía". No se trata sólo de la repetición de los gestos y palabras de la Última Cena que será la Eucaristía, sino también de "hacer" en el servicio, en el amor mutuo, empezando por los más pequeños. Este es el sentido pleno de la Eucaristía. El Jueves Santo se convierte así en una escuela de fe y de sabiduría cristiana.
El servicio. Ese gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en aquel intercambio de palabras que tuvo con Pedro (cf. Jn 13,6-9), le hizo comprender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos. (…) Y así, con esta conciencia de la necesidad de ser lavado, ¡sed grandes perdonadores! ¡Perdonad! Corazón de gran generosidad en el perdón. Es la medida con la que seremos medidos. Como has perdonado, serás perdonado: la misma medida. No tened miedo de perdonar. A veces hay dudas... Mirad a Cristo, mirad al Crucificado. Allí está el perdón para todos. Sed valientes, incluso arriesgando en el perdón para consolar. PAPA FRANCISCO
COMENTARIO AL EVANGELIO POR Ianire Angulo Ordorika - Nos engañamos si creemos que es sencillo acoger un amor desmedido, gratuito e incondicional. El amor hasta el extremo que celebramos y recordamos esta tarde produce mucho vértigo, porque nos desarma y nos saca de nuestra lógica y de lo que podemos controlar. Eso es lo que experimenta Pedro cuando, a sus pies, se encuentra al Maestro deseando lavarle. Si no le dejamos querernos tan a fondo perdido, estamos renunciando a tener parte con Él, y no hay nada que más anhele el corazón humano. Tomemos conciencia de cómo, en lo más profundo del corazón, nos brota una resistencia y un anhelo a ese amor.
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